12 de septiembre de 2014
Sr. Gobernador:
Recuerdo una de nuestras conversaciones en aquel café, en época de su campaña, en la que mirándolo intensamente a sus ojos le dije con respecto a la cultura: “no puedes complacer a todo el mundo. Tienes que buscar tu propia voz. La voz de lo que es justo. Es ella la que te dirá quién es capaz o no. Es ahí donde se es líder”.
Pero bueno, eran palabras de un socialista. Su silencio y su media sonrisa, contestaron.
Hoy, que el país tiene tanto que reprocharle, su voz es un silencio torpe, como la callada del tonto absorto que se babea, como el miedo ausente del enajenado mental que no recuerda su nombre.
Desde mi “nicho” de la cultura, desde donde a veces, con mi derecho de intelectual público, invado el político y el social, tengo que volver a escribirle, pues es urgente. Aunque a usted realmente no le importe. A ciertos políticos absortos, no les importa quién les da de comer en tanto coman.
Usted nació bajo el signo de la contemporización y con ello consolidó en nuestro país, el desprecio por la inteligencia. Cuando se es gobernante, líder o presidente de algo, todo lo que se hace se convierte en sistema, en diseño, en estructura de hacer. El problema es creerse que todo lo que se hace está correcto.
Ante muchos hacedores de cultura usted presentó un rostro populista, con aires “independentistas”. Recuerdo su aparición en el Ateneo, aparición que yo moderé, en la que usted emocionó a casi 300 personas con su discurso de cómo cambiarían las cosas en el ICPR (Instituto de Cultura Puertorriqueña), en la WIPR-TV, en el CBA y en todos los ámbitos donde el Gobierno tuviese una participación. Ahí estaría usted en primera fila abogando por la Nación, y reencarnándose en Ricardo Alegría, porque usted abriría el paso a una cultura de identidad, de definición de patria, de creatividad y de justicia para todos.
Con ese populismo cultural se ganó el apoyo de casi toda la comunidad cultural.
¿Y qué hizo usted después? Usted le dijo a su hermano, el Lcdo. Antonio García Padilla, “encárgate tú de esos gritones socialistas culturales”.
Y esto ya lo hemos evidenciado con el desprecio con que usted y su hermano degollaron a los candidatos de consenso de nuestra comunidad cultural. Como el caso del distinguido arqueólogo, el Prof. Miguel Rodríguez López. Excelente intelectual a quien se le despreció no solo a él, sino al apoyo que todos le dimos. Su hermano colocó en la cabeza del ICPR a una acólita servil suya sin ninguna experiencia administrativa cultural y cuyo único mérito es “tener una biblioteca de 20,000 volúmenes”.
Hoy el Instituto de Cultura Puertorriqueña es una de las más estrepitosas vergüenzas de nuestra Nación.
Pero usted no va a contradecir a su hermano, quien es el verdadero gobernador de Puerto Rico en muchas facetas y eso lo sabemos todos.
Porque el problema es que a usted quiere quedar bien con todo el mundo. Y mientras usted anda por ahí repitiendo sus falaces promesas de campaña como si estuviera en elecciones, tratando de volver a despertar ese populismo que muchos necesitan, con la misma mano que trata de ser “simpático”, con esa misma firma leyes, reglas e impuestos que masacran y torturan a la clase obrera, a los estudiantes, a la clase media y pobre del país, mucho peor que lo que hizo el dictador Fortuño.
Es una vergüenza que la cultura a nivel de política pública sea una vergüenza. Y usted no pierde tiempo en añadirle insulto a la ofensa. No solo apoya la destrucción del ICPR, no solo mancilla el sueño de Ricardo Alegría al ponerle su nombre ilustre a un Archivo de la Nación que se está cayendo en pedazos… ahora para colmo alguien en su gobierno retiene y recorta los dineros que la cultura necesita para manifestarse. Aún es la hora de que las instituciones culturales del país no han recibido sus dineros asignados, porque parece que algún tarado babeado y sonriente de alguna oficina gubernamental, no puede encajar la definición de CULTURA, dentro del presupuesto y sus reglamentos.
Hace unos días, usted llevó a “Molusco” a La Fortaleza y lo presentó como “un ejemplo para la juventud puertorriqueña”.
Un molusco es un conjunto de muchas especies de varias categorías, muy diferentes unas de otras, pero lo más terrible de un molusco, Sr. Gobernador, es que es uno de los más poderosos transmisores de enfermedades de todo el reino animal.
Ese señor que se hace llamar así, es un actor y productor de espectáculos y películas en las que la mujer puertorriqueña es una mera depositaria de las escorias masculinas. Ese señor, que usted nombró ante los estudiantes del país como “un ejemplo”, fue el que dijo que había que matar a la mascota del vecino cuando molestara mucho, el que de maneras vulgares, ofensivas y escatológicas, habla en la radio (bueno, de qué me asombro, toda la radio puertorriqueña es puro “show bussines”) contra todo lo más sagrado de nuestra Nación.
Ese molusco modelo, cuyo único propósito en la vida es enardecer el morbo popular y con él hacer su sucio dinero, es el que usted ha nombrado “ejemplo” para nuestros estudiantes porque “vino de abajo” y “se hizo empresario con su propio esfuerzo”, y “tuvo un gran éxito” por su “tenacidad y lucha”.
Bueno, Sr. Gobernador, Hitler y Dick Cheney hicieron lo mismo, los grandes mogules de la pornografía y la droga del mundo hicieron lo mismo, los grandes ladrones de cuello blanco que están presos hoy, también hicieron eso. Los generales, policías y militares que hoy mandan a torturar y a matar, hicieron lo mismo. Usted hizo lo mismo.
Al llevar al Molusco a La Fortaleza y tratarle como un “ejemplo” para nuestra juventud, usted traicionó –una vez más– a su Patria e insultó a los estudiantes que allí le escucharon.
Nosotros no somos “la gran familia puertorriqueña unida”. Puerto Rico está dividido desde el mismo siglo 16 por grandes diferencias de raza, de clase, de género, de orientación, de educación e ideología, de acceso a los espacios del poder.
¿Tendrá usted tiempo y solvencia intelectual suficiente para tratarnos a cada uno de los diversos elementos que componemos esta Nación, con el respeto y la justicia que nos merecemos?
Atentamente,
Roberto Ramos-Perea
Dramaturgo