Rayze Ostolaza Oquendo
Especial para Presencia
Cuando la vida depende del jalón de un gatillo la realidad y la fantasía se funden.
Una de la mañana, en Bayamón. Iba entrando con su carro a la urbanización de su madre. El frío en la punta de una AK-47 se mantiene rígido en su cien. Aún no se dispara la bala, pero en la incertidumbre José Vidal siente como el mismo frío le hiela las piernas. En su oído derecho hay otra voz que le dice “no te atrevas a gritar porque te mato”. Su corazón seguía latiendo, pero su cuerpo estaba muerto.
PULL QUOTE: Para las víctimas, la experiencia de un robo a mano armada puede causar síntomas de estrés postraumáticos para el resto de sus vidas
Cinco de la mañana, en Río Piedras. Alguien forzó su puerta y Anna Malavé entreabrió los ojos. La sombra de dos hombres armados y vestidos de negro le invadió el cuerpo. Los minutos se le hicieron horas disimulando el temblor. Cada vez que alzaba las pestañas se le escapaba una esperanza de vida. No fue fácil escuchar como en el otro cuarto amenazaban a su amiga. “Si ella grita, nos van a tener que matar a las dos”, pensó.
Mediodía de un 12 de diciembre de 2017. La guagua pública estaba en tránsito desde Caguas hacia Río Piedras. Entre la música que emitían sus audífonos se colaron unos gritos. Se confundió. Dos hombres le entraron a puñetazos al chofer. La imagen la impresionó a tal nivel que la inmovilizó. La gente corría a fuerza de dos pistolas para salvar sus vidas. Con la guagua en movimiento y sin decir una sola palabra, Allison Martínez lo entendió. Se tiró del autobús y lloró.
PULL QUOTE: Han sido siete meses huyéndole a los volantes, porque cuando estoy al borde de ellos no puedo parar de mirar por el retrovisor.
“El síndrome de estrés postraumático es una respuesta al trauma y el síntoma clásico de este son los “flashbacks”. La persona revive la experiencia de tal modo que puede somatizar y experimentar nuevamente las sensaciones corporales que tuvo en ese momento y sus respuestas fisiológicas”, expresó el psicólogo Héctor Mieles Delgado cuando se le preguntó a qué se enfrentaban las víctimas tras un robo a mano armada.
El primero aún no puede visitar a su madre durante la noche. Ya son dos años de la experiencia.
La segunda algunas veces abre sus ojos de manera automática cuando el reloj marca las cinco de la mañana. Hay cinco años de distancia con el recuerdo, pero sigue vivo.
La tercera trata de no frecuentar lugares públicos porque cualquier movimiento que considere extraño le encarna la sensación de que algo malo va a pasar.
En lo que va de año son más de 121 los incidentes de “carjacking” o asaltos a mano armada en Puerto Rico. Un 20% más que el año pasado. Ese porciento es el símbolo de personas a las que no sólo le han arrebatado alguna pertenencia material, sino también su paz y estabilidad emocional.
“No vamos a parar hasta que los criminales paguen por los delitos cometidos” puntualiza el comandante Gerardo Oliver en los reportajes televisivos. Sin embargo, la realidad es otra. Los atracos se siguen cometiendo a diario y son más los afectados que pasan a ser solo un número.
Y esto precisamente, fue el hecho que llenó de desesperanza a Allison Martínez. La única de las diez personas que ocupaban la guagua pública en el momento del asalto que testificó a la policía. Entre nervios e impotencia hizo un esfuerzo tratando de recordar los rostros de los criminales. Para ella fue “una burocracia de un día para cumplir con el proceso”. Hasta el sol de hoy no sabe qué pasó en ese chofer ni mucho menos con los atracadores que le traumatizaron la vida.
“A la policía no le importa. Ellos te hacen la entrevista, ponen toda la información y la engavetan” dijo Martínez con la resignación en la voz.
Mientras jóvenes de 18 a 25 años están jugando al azar con las vidas de los ciudadanos, el gobernador de Puerto Rico profesa entre cámaras y micrófonos que no se va a permitir que los criminales tomen control de las calles y de la sociedad.
El más reciente asalto ocurrió hace menos de 24 horas en el área de San Juan y a plena luz del día. Un hombre a punta de pistola amenazó de muerte a Luis Pérez si no se bajaba de su vehículo.
Niveles de ansiedad altos, fobia y depresión son entre tantas otras, algunos de los traumas por los que pasan las victimas tras un evento que pone su vida en peligro.
El enfrentamiento a los recuerdos es algo que se adhiere al cuerpo luego de mucho tiempo. Entrar al entorno en el que dormía y encontrarse con un olor que la remontaba al suceso en donde se paralizó su vida, fue para Malavé una situación difícil de superar.
Ventilar. Una palabra importante tanto para los psicólogos como para las víctimas. Mientras más se cuente más se sana.
Tres de la mañana, en Carolina. El carro que está detrás de mí acelera y me bloquea el paso. Se bajan dos hombres. Uno de ellos tiene una máscara de “V for vendetta” y me apunta con una pistola plateada. La garganta se me seca y los brazos se levantan solos. No sé qué está pasando. “Esto no es real” repetía en mi cabeza, pero sus voces estaban muy cerca.
Mieles Delgado me dijo que eso se llama “desrealización” y que es un término clínico que utilizan para cuando la experiencia del mundo exterior del individuo se presenta como algo extraño e irreal.
Me dejaron retroceder y corrí como si no hubiera un mañana. Siempre con el miedo de que me dispararan a traición.
Han sido siete meses huyéndole a los volantes, porque cuando estoy al borde de ellos no puedo parar de mirar por el retrovisor. Pero aquí estoy. Sanándome.