Madeline Merced, Capellán
La humildad es una virtud esencial que nos enseña a reconocer nuestras limitaciones y a valorar a los demás por lo que realmente son. No se trata de menospreciarnos a nosotros mismos, sino de mantener una actitud de respeto, sencillez y gratitud. Ser humilde es saber que no somos mejores que los demás, y que todos, independientemente de nuestras diferencias, somos valiosos.
La humildad nos invita a servir sin esperar recompensas, a escuchar con atención y a aprender con apertura. Es la capacidad de reconocer que siempre hay algo que aprender y que el conocimiento, el éxito o el poder no nos hacen superiores, sino responsables de nuestro entorno y de quienes nos rodean.
Jesucristo, el ejemplo más grande de humildad, nos enseñó que la verdadera grandeza se encuentra en servir a los demás con amor y desinterés. La humildad nos permite conectar con los demás de manera genuina, sin pretensiones, y nos abre al crecimiento personal y espiritual.
Practicar la humildad no significa renunciar a nuestras cualidades o logros, sino vivir con una actitud de gratitud, reconociendo que todo lo que tenemos proviene de Dios y que nuestro propósito en la vida es ser instrumentos de paz, amor y bondad para los demás.
La restauración
La restauración es un proceso fundamental en nuestras vidas, tanto a nivel personal como espiritual. En un mundo lleno de desafíos y dificultades, todos enfrentamos momentos de quiebres, dolor y pérdida. Sin embargo, la verdadera importancia de la restauración radica en su poder transformador: nos permite sanar, crecer y volver a levantarnos.
La restauración nos recuerda que no estamos definidos por nuestros errores o fracasos, sino por la capacidad que tenemos de renacer, de restaurarnos y de aprender de cada experiencia. En lo espiritual, la restauración es un acto de misericordia y gracia, un recordatorio de que siempre podemos volver a Dios, quien nos ofrece perdón, renovación y una nueva oportunidad.
Es importante entender que la restauración no es un proceso instantáneo, sino gradual. Requiere paciencia, fe y una disposición para cambiar. Pero en ese camino, encontramos paz, propósito y una nueva visión para el futuro.
Hoy, más que nunca, debemos valorar la restauración, no solo como un proceso de recuperación, sino como una oportunidad para ser mejores, para acercarnos más a nuestro propósito y para reflejar la bondad y el amor que recibimos de Dios.