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Por: Rev. Roberto Díaz
El gran amor del Señor nunca se acaba y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad! Por tanto, digo: “El Señor es todo lo que tengo. ¡En él esperaré!”. Lamentaciones 3:22-24
Amado Padre que estás en el cielo, te damos gracias por guiarnos a tus hijos, aquí en la tierra. Te agradecemos que pase lo que pase con nosotros, podemos tener alegría, una y otra vez, porque nos das lo que es bueno, aun cuando los tiempos son malos y cuando atravesamos por dolor y aflicción.
Te damos gracias porque tu bondad y fidelidad lo penetran todo y que al fin, por fin, penetra nuestros corazones. Entonces, podemos saber y regocijarnos que es tu Espíritu quien nos guía; podemos estar seguros de que nunca estamos solos, sino que podemos recibir fortaleza para ayudarnos en la lucha y el arduo trabajo de la vida.
Todo se hace fructífero por medio de tu ayuda: bien y mal, vida y muerte, salud y sufrimiento. Todo debe servirte mediante la obra de tu Espíritu. Amén.