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Por: Luisa de los Ríos
En una ocasión tuve la oportunidad de participar de una excursión en kayak. Se trata de una de muchas compañías que hay en Puerto Rico para guiarte en aventuras ecológicas. Estas experiencias cuentan, en su mayoría, con la dirección de expertos en su materia y tienen un plan que ya han probado y saben que satisfacen las expectativas de sus clientes, sean turistas extranjeros o locales.
Alrededor de una docena de kayaks remamos en un día perfectamente soleado, con los guías, hasta el área determinada para la experiencia y entonces atamos las embarcaciones unas a otras formando así una cadena. Todos los participantes, que éramos de todas las edades, nos bajamos de los kayaks luego de recibir las instrucciones. Aquel paquete que tantas familias compramos, además de la guía y el alquiler del equipo, incluía una merienda ligera que los organizadores llevaban hasta allá en neveritas atadas en sus respectivas canoas.
Entonces comenzamos la experiencia de snorkeling y todos nos maravillamos al descubrir aquella vida que discurre de forma paralela la nuestra de forma tan armoniosa. Es imposible imaginar a un diseñador de interiores capaz de combinar tantas texturas, colores, diseños, iluminaciones, movimiento; con tanto buen gusto.
Es inevitable la pregunta para nuestros adentros de por qué el ser humano a veces se comporta de modo tan destructivo, mientras que aquellas criaturas disfrutan de un entorno tan hermoso y hasta elegante, sin la menor intención de echarlo a perder.
Maravillarse era inevitable. Intercambiaba miradas de sorpresa y alegría bajo el agua y a través de nuestras gafas de buzo con mi hijo mayor, que tendría para entonces unos doce años. Ambos alcanzamos un estado de paz y excitación, a partes iguales, que no se compara con lo que se pueda vivir en un parque de diversiones. Al cabo de algún tiempo de recreo caímos en cuenta de que hacía mucho que no coincidíamos bajo el agua con otros curiosos del grupo, solo con uno de los guías. Entonces nos hicimos señas y emergimos. Recibimos dos grandes sorpresas: se había desatado una repentina y fortísima tormenta, con el cielo oscurecido y, la otra, estábamos solos.
Todos sabemos que en el trópico tienes un sol espléndido y un aguacero torrencial a la misma hora, pero, ¿Cómo era posible lo segundo? Luego supimos que los guías se dividieron para atender a todos los turistas y dar tranquilidad a algunos que no están acostumbrados a las variantes de clima de nuestras latitudes y se los llevaron. Al ver que un jovencito y su madre disfrutaban mucho, asignaron al otro permanecer.