(Foto/Archivo)
Lydia M. Vélez Hernández
Salmos 91.1-2
1. El que habita al abrigo del Altísimo y se acoge a la sombra del Omnipotente.
2. Dice al Señor: «Tú eres mi esperanza, mi Dios, ¡el castillo en el que pongo mi confianza!»
Bajo esta palabra, Dios nos muestra su gran bondad para con nosotros. Hay promesa condicionada y es cuando dice: El que habita al abrigo del Altísimo, (persona que se deje amar, acariciar, cuidar, guiar y velar por Dios) nos invita claramente a entrar a su regazo, a un lugar donde nadie te podrá tocar ni lastimar, en los brazos de Jesús. Donde aún cuando llegue el miedo, la duda y hasta el dolor, puedas entender que continuas bajo su regazo.
Un punto interesante, a observar como ejemplo, es el siguiente: cuando somos supervisados por algún patrono, normalmente tiene algunos beneficios marginales por «sólo estar bajo el cuidado de ese patrono».
Qué comparación tan sencilla, pero en ocasiones es difícil de comprender.
Así que imagínate cuánto más te cubre el Dios que te formó, el Dios que te tejió mientras te formaba en el vientre de tu madre.
Te invito a que lo entregues todo bajo la sombra del Omnipotente.
¡Dios les bendiga!