Por: Juan Fernando Cruz Torres
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Los directivos de la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) violaron por mucho tiempo las reglas básicas que predicaban y que deben regir y prevalecer en todos los deportes (excepto en la lucha libre) y en cualquier otra actividad de nuestra sociedad, jugar limpio.
De ser la máxima autoridad del deporte, ha pasado a convertirse en la máxima vergüenza. Lamentablemente, otra página oscura para el deporte. Entre los principales daños que estas personas provocaron, está el robarle la oportunidad de la gloria a algunos países que la merecían.
Hemos podido notar que, personas como las implicadas en este caso, y a estos niveles de jerarquía, cuando escalan a ciertas esferas de éxito profesional o deportivo, los invade un falso sentido de impunidad soberana y piensan que son inmunes y que le es otorgada una licencia para el incumplimiento de la ley. Quizás, podríamos llamar a este tipo de comportamiento como el síndrome del olimpo o del CD (Casi Dioses).
En el caso de la FIFA, empresarios y sobre una docena de altos ejecutivos implicados, repartían los millones y la suerte de las sede de los juegos y las transmisiones, así como de los auspicios, entre otras cosas. El común denominador con todos los demás casos similares que han salido a la luz pública: la codicia y la falta de integridad por parte de algunos de sus principales oficiales.
Hablamos de cientos de millones de dólares que se repartían en todo tipo de soborno, fraude, extorsión y hasta de lavado de dinero. Sencillamente, los países y empresarios honestos, por más méritos que ostentaran, no tenían ninguna oportunidad con esta «Cosa Nostra» del deporte, que las autoridades investigadoras han calificado como «La copa del mundo de la corrupción».
Ahora, sus familiares, amigos y el deporte tendrán que sufrir las consecuencias de la deshonra y vergüenza que esto representa y superar este estigma, que seguramente, tomará mucho tiempo lograrlo.
Un caso que fue bien conocido en el deporte de lo que es la falta de honestidad fue el de Lance Armstrong. Por muchos años fui uno de los máximos admiradores de este ciclista norteamericano, hasta que confesó que ganó el Tour de Francia siete veces usando doping o drogas prohibidas en el deporte.
Recuerdo que en mis años de ciclista competitivo, una de las cosas que distinguía a nuestro entrenador, Manuel Lugo Reyes, era su verticalidad y dedicación. Simplemente, para él la dignidad y la integridad no eran negociables. Si podías acatar esas reglas básicas, podías pertenecer al equipo.
Manuel, con su sabiduría pueblerina, me dijo en una ocasión “Juan, ratón que corre mucho se pasa de la cueva». Esto, para que entendiéramos la importancia de ser honestos y no hacer trampas, porque no da ninguna satisfacción ganar siendo deshonesto y a la larga se conocería la verdad.
En este momento que nos encontramos, debido a la presión pública, y pienso que, por el bien del deporte y de la organización, el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, tuvo que renunciar. Algunas de esas personas están fugitivas de la justicia y hay otros tantos que no duermen.
Los mejores líderes han aprendido que, tan importante como los logros o metas que alcances, es la manera que lo haces. Viene a mi mente la máxima de un autor que dijo: Cuando tengas que escoger entre lo fácil y lo correcto, si quieres dormir tranquilo con tu conciencia, escoge lo correcto.
Dios en su palabra nos exhorta diciendo «Más vale el buen nombre, que las muchas riquezas», es decir, la buena reputación y el prestigio. La moraleja es que nos ciñamos a la ética en lo que sea que emprendamos y de seguro, con lo que sea que logres, dejarás en tu gente un recuerdo positivo que trascenderá generaciones.