Por: Livio Ramírez
Los que han tenido el privilegio de haber leído las Sagradas Escrituras, y han tenido la bendición de haber podido interpretarla sabiamente, saben a ciencia cierta que uno de los propósitos primordiales de Dios es que sus hijos vivan unidos, en perfecta paz y armonía.
El apóstol Pablo, en una de sus epístolas, nos exhorta de la siguiente manera: Amados hermanos, les ruego en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que no discutan más; que reine entre ustedes la armonía, y cesen las divisiones; les ruego encarecidamente que mantengan unidad de pareceres, sentimientos y propósitos. (1 Co. 1:10)
A través de la historia han existido tanto grupos como hombres y mujeres que cuando otros no comparten sus ideas y sus criterios, han acudido al insulto, a la difamación y aun hasta la violencia.
Es de todos conocido cómo hombres y grupos en la historia, movidos por la ira, han llegado al extremo de asesinar a los que no comparten sus creencias. La Biblia misma narra muchas de estas historias, incluyendo la muerte de nuestro Señor Jesucristo. No todos tenemos que pensar igual, y no todos tenemos que estar de acuerdo en todo; pero sí todos debemos de amarnos y de respetarnos, tal y como Dios lo ha determinado.
El respeto mutuo y la comprensión de que no todos tenemos que pensar igual y de que, por ende, no todos podemos actuar de la misma manera resulta en el mantener buenas relaciones interpersonales con nuestro prójimo. No tenemos que estar de acuerdo con los conceptos y con las ideas de todo el mundo, pero sí es nuestra obligación, respetar los derechos que cada cual tiene para pensar y para actuar libremente.
Tanto en el seno del hogar como en nuestros lugares de empleo, como en la política, y aun dentro de la religión, tenemos derecho a discrepar de las ideas y de las opiniones de los demás; pero no podemos olvidar nunca que nuestros derechos terminan donde empiezan los del otro. El respetar esos derechos demuestra madurez en la manera de actuar, y dominio de nuestras emociones. El no respetar los derechos de los demás demuestra falta de dominio propio. El controlar las emociones y ejercer dominio propio es una característica esencial en la vida de todo aquel que diga ser cristiano.
Es por eso que el apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo de Dios, nos dice: Porque no nos ha dado de Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. (2 Ti. 1:7)
Cuando el Espíritu Santo de Dios mora en nuestros corazones realiza en nosotros la purificación y la renovación interior, factores que hacen posible el amor, y como resultado, la comprensión y el respeto hacia los demás.
¿Estás tú reflejando el amor y dominio propio en tus relaciones interpersonales?
El amor es sufrido, es benigno; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1 Co. 13:4-7)