José Villegas
Somos hechos a imagen de Dios. Podemos conocer a Dios personalmente, como nuestro mismísimo Padre Celestial. Cuando usted ora, se dirige a Dios, aunque todos los excelsos títulos que le hemos dado son correctos. Como cristianos tenemos el maravilloso privilegio de llamarlo «Padre», pero también podemos conocerlo de esa manera.
La posibilidad de tener una relación así, con Dios, fue una idea revolucionaria en el primer siglo. El Antiguo Testamento contiene referencias a Dios como «Padre» haciendo alusión a Él como Padre del pueblo.
La idea del Señor como un Dios personal no es evidente, sino hasta el Nuevo Testamento. (Mateo 6:9)
Sin embargo, esa fue exactamente la razón por la que Jesucristo vino a la Tierra, para morir en la cruz por nuestros pecados y revelar al Padre Celestial para que usted y yo tengamos paternidad y no fuésemos huérfanos en la Tierra.
«Padre»: fue la palabra favorita de Jesús para referirse a Dios.
El propósito es revelar que Dios no es totalmente una fuerza trascendente en algún lugar del universo.
Sino un Padre Celestial, amoroso y personal, que está profundamente interesado en los detalles de nuestra vida.
Tome un minuto para preguntarse: ¿Creo en Él? ¿Clamo a Él en una crisis? ¿Amo a Jesús?
Recuerde que la Biblia dice; que, si usted no conoce al Hijo, no puede conocer al Padre. (Juan 14:9)
El padre terrenal es el sustituto temporal de Dios, el modelo físico de Dios. De ahí el énfasis de que debemos honrar a nuestros padres (incluida la madre). Si nuestros padres fueran perfectos, serían un fiel reflejo de nuestro Padre Celestial.
El tema de la paternidad de Dios es primordial para personas que no han podido tener una idea clara acerca de lo que es un padre, porque nunca han desarrollado esta relación de confianza que es tan esencial en nuestro trato con el Padre Celestial.
Para ser sanados, también necesitamos experimentar a Dios como nuestro Padre Celestial.
Somos hijos por un derecho adquirido en Cristo. La expresión «les dio potestad» (derecho, LBLA): potestad, autoridad legítima, libertad de acción; por eso, derecho, para ser hijos de Dios, por medio de Cristo.
Declaración: «Desatamos la palabra de Dios, con todo su cumplimiento sobre el pueblo de Dios y declaramos Bendición hasta que sobre y abunde. Amén».