“Yo soy de mi amado, y mi amado es mío”- Cantares 6:3.
Rvdo. Hernando Hernández Robles Pastor
Iglesia Evangélica Unida de Puerto Rico
Congregación de Villa Andalucía
Urb. Villa Andalucía, San Juan
Cuando usted escucha la palabra enamoramiento, ¿en qué piensa? Es posible que venga a su mente la idea de la atracción física en una pareja. Sin dejar de decir que el amor romántico ha revolucionado al mundo, inspirando a hombres y mujeres a escribir las más bellas canciones y poemas, también podemos reconocer que este tipo de amor puede aplicarse al amor hacia Dios en cuanto intervienen todas las reservas del ser integral: sentimientos, emociones, motivaciones.
En el libro del Cantar de los Cantares en el Antiguo Testamento se describe a una novia buscando apasionadamente a su prometido. Aunque de momento no lo encuentra, ella asegura que ambos se pertenecen con una pasión mutua e intensamente pura. Otros escritos del Nuevo Testamento utilizan la imagen de la novia para referirse a la íntima relación que tiene Dios con su iglesia. De hecho, el escritor sagrado, cuando así lo hace, advierte que ese es el modelo para el amor conyugal (Efesios 5:25).
La comparación de ambas relaciones, la de pareja, y la del ser humano y Dios, no necesariamente es figurada, podemos amar a Dios con tanta intensidad como lo hacía el discípulo que se recostaba sobre el pecho de Jesús, demostrando con ello un lindo y tierno gesto (San Juan 13:23). Cuando alcanzamos este grado de intimidad, damos un paso adicional en dicha relación. No es lo mismo decir: «Yo creo en Dios,» que decir: «estoy enamorado de Dios.» Ambas conllevan cercanía, pero el enamoramiento va un poco más allá.
El enamorado o enamorada se entrega totalmente por esa causa que le ha cautivado. Intrínsecamente, ese enamorarse de Dios nos lleva a enamorarnos también de su Palabra, pues ella contiene las intenciones del ser amado para atraernos hacia sí.