(Foto/Archivo)
Por: Luz Evidia Álvarez
Ministro Ordenado
Iglesia Defensores de la Fe Cristiana
Cristo la Roca
“Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, En la cual me has hecho esperar. Ella es mi consuelo en mi aflicción, Porque tu dicho ha vivificado.” (Salmos 119:49-50)
“NECESITAMOS EL CONSUELO” y es la mejor terapia. Ante el dolor o tristeza ambos son menos difícil cuando alguien nos consuela. David lo expresa en esos dos versos 49 y 50 del Salmo 119. Además de la palabra a quien necesita consuelo; no importa el nivel de los sufrimientos más grande o menos importante, lo importante es estar presente y escuchar al que sufre. La palabra “estoy aquí contigo” es un bálsamo para el alma de nosotros los seres humanos. Nuestro Señor Jesucristo siempre acompaña su palabra con su presencia.
Mientras fluía el dolor de Marta porque su hermano Lázaro estaba muerto en la sepultura. El tiempo era un acompañante nefasto, porque habían pasado cuatro días. El relato bíblico en el evangelio de Juan 11 y 12 registra ese acontecimiento. Muchos judíos fueron a consolar tanto a María como a Marta, ambas hermanas del que yacía muerto. Quizás aquellos consoladores les hablaron y compararon los sufrimientos que es lo que suelen hacer ciertas personas. Unos decían “mi dolor es mayor que el de ustedes”, otros tal vez les daban mandos como: “no llores”, no “estés triste” “ocúpate de ti”, “ya te pasará el luto”, “ocupa tu mente pensando en algo alegre”. “Alguien expresó: “La gente se ha perdido en el autismo social”. Impedir el llano no es beneficioso porque eso ayuda y permite que fluya el dolor. Practicar el silencio y dar un abrazo sincero e íntegro tiene efectos de gran alivio.
¡Todos necesitamos el consuelo genuino de nuestro Señor Jesucristo!
Necesitamos una palabra vivificadora. ¡Eso es consuelo! Es latente y continuo que para sobrevivir nos necesitamos los unos y los otros. Nos lo repetimos bajo cordura. También el salmista en el Salmo 77:2 nos relata: “Al Señor busqué en el día de mi angustia; Alzaba a Él mis manos de noche sin descanso; Mi alma rehusaba consuelo”.
No todos los que necesitan consuelo están dispuestos a recibirlo. Una práctica muy peligrosa. Saben que lo necesitan. Lo piden, lo expresan, pero cierran el canal capacitante para recibir consuelo y hasta rechazan el amor. Hoy yo puedo recomendar abrir el canal recibidor de la comunicación. Hay quienes con atención están presente y escuchan mostrando paciencia, hasta amabilidad o sencillamente se quedan en silencio. ¿Por qué? Esperan el conocimiento de Dios como leemos en Isaías 11:9 “No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar”.
El consuelo viene de Dios y viene a nosotros de su palabra.
Jesús enfrentó la adversidad en todo tiempo. Cuando escuchó, vió a las hermanas Marta y María. ¡Él lloró! su llanto tuvo un efecto como ríos de agua viva, activó sus reservas de consuelo para recibir del Padre Dios el oportuno socorro. Se abrió su consuelo dando una estación de vida a Lázaro.
No siempre el consuelo vendrá dando una estación de vida como a Lázaro; pero se irá el frío congelador de la desesperanza, viene la salvación, tendremos esperanza, somos afirmados cuando somos consolados consolando. El beneficio del consuelo es tanto para el que recibe el consuelo como también para el consolador. Yo he recibido y recibo consuelo siempre por el mismo Cristo. ¡Recíbelo tú también!
2 Corintios 1:5
“Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación”.
Vino a mi vida un momento de angustia. Necesitaba consuelo. Sentada en el altar de la iglesia escuchaba al predicador. Hablaba del dolor y consuelo. Estaba meditando muy atenta con mi mirada a una puerta junto al altar. De pronto llegó una amiga maestra, quien trabajó en la misma escuela que yo. Entró y se acercó al altar, extendió sus brazos hacia mí. Sin fuerzas me levanté y sin estorbar el mensaje, bajé un escalón, me refugié entre aquellos brazos, lo que faltaba por llorar ahí lo lloré. Mis lágrimas corrieron, pero no se perdieron. Sentí consuelo hasta por el pañuelo que ella me ofreció. Ahí se impregnaron mis lágrimas. Podía sentir paz dentro de mi alma. Recibí y atesoré el consuelo. ¡Dios usa personas con la gracia del consuelo! En realidad, ese abrazo y el pañuelo fueron prodigiosos para Dios manifestarme su consuelo. Dios usa los brazos de los que te aman para darte consuelo. Si quieres consolar usa tus brazos y regala un apretón de mano, sostén al que vez cayendo.