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Hay corazones heridos porque los humanos fallamos debido a nuestras imperfecciones, pero Dios nunca va a fallar, así que no importa cuánto nos hayan herido ni cuántas cosas hayan pasado, tenemos que aprender a perdonar y darnos la oportunidad de tener un nuevo comienzo.
«Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra», Ezequiel 36:26-27
¿Cómo sabemos que nuestro corazón se ha endurecido? Cuando ya no nos importa el dolor ajeno; cuando a pesar de estar en el ministerio trabajamos mecánicamente y no sentimos pasión para servir; cuando la palabra de Dios ya no hace que el espíritu lata como lo hacía en un principio.
Un corazón endurecido no puede hacer la voluntad de Dios. Con el corazón fuerte no hay sensibilidad, ni discernimiento, por lo tanto, no puede percibir la voz de Dios ni obedecer sus mandamientos. Si le permitimos a Dios quitar la dureza de nuestro corazón, Él lo hará.
Antes de que pueda llegar el avivamiento viene la alineación y la misma comienza en nuestros corazones. No tenemos que ser perfectos; tenemos que ser honestos y correctos con Dios, a Él le agrada la sinceridad. “Un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia” (Salmos 51:17)
Tenemos que hacer que nuestro corazón cambie, ante una actitud correcta recibiremos una bendición grande. Es tiempo de defender las bendiciones que hemos recibido. No podemos permitir que las aves de rapiña se roben lo que es nuestro.
Cuando tenemos un corazón sensible podemos cumplir el mandato de ir a predicar el evangelio y ganar las almas.