Jaime Torres Torres
Especial para Presencia
LUQUILLO – La sombra del analfabetismo aún neutraliza las posibilidades de desarrollo de sectores desventajados en Puerto Rico.
La casita, enclavada en un solar inundable con varios perros y gallinas, patos, gansos y otras aves de corral, urge de reparaciones en su techo.»
Ese es el caso de los esposos Luisa y Andrés Ortiz Velázquez, quienes día tras día luchan contra la pobreza material.
Pero, a la pregunta de sus necesidades más apremiantes, con una lección de humildad expresan contentos que no necesitan prácticamente nada, cuando urgen de alfabetización y acceso a instalaciones básicas como un sistema de alcantarillado, por donde puedan fluir las aguas usadas de la humilde casa de madera y techo de cartón prensado que habitan en la calle 14 de las parcelas del sector Fortuna Cerro, frente a la finca Monserrate, en dirección a la exclusiva urbanización Ocean View.
Casados por alrededor de 45 años, Luisa y Andrés residen con tres hijos, ya jóvenes adultos: Mónica, Andrés Jr. y Jorge Luis.
Don Andrés, de 60 años, trabaja en las brigadas de ornato y limpieza del municipio y sus hijos varones, de 39 y 38 años, respectivamente, se ganan unos centavos pescando jueyes, limpiando patios, recogiendo almendras secas y subiendo palmas para tumbar cocos de agua mientras Mónica ayuda a su madre en las tareas domésticas.
La casita, enclavada en un solar inundable con varios perros y gallinas, patos, gansos y otras aves de corral, urge de reparaciones en su techo.
Don Andrés se conformaría con unas planchas de zinc para paliar los problemas de las copiosas filtraciones que, literalmente, se comparan con duchas cuando llueve.
“El techo es de cartón. No hemos tenido dinero para arreglarlo. También necesitamos relleno para el patio porque cuando llueve esto se inunda y se puede mover uno en una yola”, dijo don Andrés.
Ahora mismo confrontan dificultades con la tubería de un desagüe que continuamente se tapa u obstruye por sedimentos y remanentes de tierra y hojas.
La tarde de la visita del semanario Presencia al hogar de don Andrés, su esposa Luisa, por su timidez, optó por no participar de la entrevista y la sesión de fotos.
“Aquí siempre estamos juntos y unidos. La Navidad pasada la pasamos encerrados porque no se puede dejar la casa sola y es muy peligroso”, señaló Andrés.
Esta familia noble, humilde y sencilla; de pobreza material, pero rica en virtudes, no piensa mucho en el día que falten don Andrés y doña Luisa.
Mónica, de 42 años, y sus hermanos Jorge Luis y Andrés quisieran recibir el pan de la educación, al menos para obtener el diploma de escuela superior, mediante clases a domicilio o en la escuela de la comunidad.
“Me gustaría estudiar para saber un poco. Mis hermanos estudiaron solo hasta quinto grado. Los mandaron a Río Grande, que les queda bastante retirado. Necesitamos estudiar para poder valernos por nosotros mismos el día que falten nuestros padres”, sostuvo Mónica.
La familia Ortiz Velázquez vive a la buena de Dios, atrapada en la burbuja de una marginación sutil. Curiosamente, los cinco son electores debidamente registrados en la Junta de Inscripción Permanente, que durante la pasada campaña electoral fueron visitados por candidatos que conocen sus necesidades, pero parece que ya se olvidaron del camino que conduce a Fortuna Cerro.
La fe en Cristo los sostiene en su calvario, simbolizado por el pequeño crucifijo clavado en uno de los paneles de su casita.
La prioridad, aparte de la reparación del techo, son las clases y tutorías para los tres hijos adultos de Andrés y Luisa.
Si desea cooperar, llame al 787-435-7246.