Drs. Carlos & Vidalina Echevarría
Psicólogos, Pastores consejeros
La Biblia nos habla de muchas mujeres que fueron madres y nos narra, también, historias de otras mujeres que sufrieron dolor y vergüenza por no poder serlo. Ser madre es un privilegio, es un regalo de Dios que valoramos porque no todas las mujeres pueden serlo, y en los tiempos bíblicos el hombre podía tomar otra mujer si la suya no le daba hijos para perpetuar su nombre. Entre todas esas muchas mujeres estériles que habla la Biblia llama nuestra atención Ana, esposa de Elcana. Este varón tenía dos esposas: Ana era la primera y la amada de su corazón, pero como ella era estéril tomó a Penina como mujer y de ella tenía su descendencia. La Biblia en 1ra Samuel 1: 1- 11, nos dice que Elcana era un hombre que cumpliendo con su responsabilidad subía al templo a ofrecer sacrificio a Dios y también aprovechaba el momento para darle a sus dos esposas su parte (pensión), aunque a Ana le daba más, porque la amaba, a pesar de que Jehová no le había concedido el privilegio de ser madre. Penina se burlaba de Ana por ser estéril, cosa que hacía a Ana llorar y deprimirse al punto de no querer comer. Su marido, preocupado de que ella no se alimentaba, le pregunta el porqué no comía y por qué estaba afligido su corazón. Tratando de consolarla le pregunta, ¿no te soy yo mejor que diez hijos? Como hombre no entendía el dolor y la frustración de su esposa estéril. Ana, en obediencia a su marido, comió y bebió, pero con toda la frustración y la amargura de su alma oró a Jehová y llorando ante el altar delante de su presencia le habló y dijo a Dios: Jehová de los ejércitos, si te dignares a mirar la aflicción de tu sierva y le diera un hijo, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida.
Mientras Ana oraba así de corazón a Jehová, el sacerdote Elí la observaba que solo movía sus labios y percibió erróneamente que estaba borracha y la juzgó diciéndole: digiere tu vino. Ana le contestó y le dijo: no estoy borracha solo estoy abriendo mi corazón a Jehová por la magnitud de mis congojas y aflicción. El sacerdote, entonces, entendió el dolor de esta mujer porque la mujer estéril era tomada en menos, para ellos era como sembrar en un terreno que no da fruto y era rechazada y avergonzada. Entonces, Elí le dijo: El Dios de Israel te otorga la petición que has hecho. Ella creyó, se fue a su casa y no estuvo más triste, porque esperó en fe su bendición.
Dios no se olvidó de la petición de Ana y le dió ese hijo tan deseado por ella y por su esposo. Como le prometió ella a Jehová cuando lo destetó al niño, lo llevó al templo y lo entregó a Dios. Su nombre fue Samuel, el anhelado hijo de Ana que sirvió al sacerdote Elí y estuvo allí en el templo mientras vivió. Con palabras de gratitud, Ana habló a Dios y le dijo: “Señor, soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti orando a Jehová”.
Para esta mujer ser madre fue un gran privilegio y su corazón agradecido honró a jehová por el regalo de la maternidad. Tal vez, tú que estás leyendo este escrito seas también una madre agradecida a Dios por el privilegio de tener a tus hijos y gozarte de sus alegrías y llorar por sus penas. Es probable que como Ana no hayas tenido el privilegio de la maternidad. Clama a Dios con fe. Quizás Él te conceda tu petición o te dé el privilegio de tener un hijo (a) seleccionado por ti que te llame mamá y que tú puedas amar como muchas mujeres lo han hecho. Pide dirección a Dios; Ana creyó y Dios escuchó su clamor. Felicidades en el Día de las Madres. Hijo, has feliz a tu madre, búscala, llámala, déjale saber que la amas. Pídele perdón si crees que la has ofendido o hecho sufrir. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con la promesa de que tus días se alargarán en la tierra que Jehová, tu Dios, te dió (Efesios 6:2-3).
¡Dios te bendiga rica y abundantemente!